
Así el Sí de una consagrada
VIRGINIDAD CONSAGRADA
Rebeca Barba
8/23/20244 min read
¿Cómo describirías el llamado de Dios a esta vocación para ti?
Fue un llamado temprano que se adelantó a los posibles obstáculos, conociendo mi debilidad. Y me llamó cuando apenas me estaba abriendo a la vida para que no tuviera otros amores fuera de Él, y para que mi manera de amar pudiera ser más pura sin la contaminación que a veces el mundo ofrece. Creo que mi llamado ha sido así porque quizá el Señor sabía que si me llamaba más tarde no me encontraría disponible, porque el atractivo del mundo es fuerte. Ha sido un llamado a la plenitud, que se ha desarrollado en un proceso que al principio veía en blanco y negro y ahora veo a todo color… pero es un llamado para poder llamar a otros a la esperanza. Creo que mi carisma al celibato que sin yo buscarlo da luz a otros célibes. El llamado de Dios para mí también ha sido muy romántico; Dios siempre se adapta a la persona y a lo que ella necesita. En mi caso, en los años de conquista al ser adolescente, Él se me supo acercar con delicadeza, con imágenes, con flores, con rosas… con esta idea quizá un poco rosa del Esposo que llega por ti; la nueva vida, el nuevo hogar, el comenzar una familia. Sigue siendo ahora un llamado inquieto, que no se petrifica… un llamado vivo que se actualiza y que sigue un proceso de conquista, de profundidad y de sanación.
¿Qué cambió en tu manera de responderle a Dios después de conocer la Teología del Cuerpo?
La Teología del Cuerpo me hizo comprender que el ser esposa de Jesús no era una manera de pensar para consolarme por “no haberme casado y no haber tenido hijos”, sino que en realidad Él me llama en plenitud de mujer, como verdadera madre y verdadera esposa. Y cuando lo empiezas a vivir y experimentar así, encuentras una felicidad, una paz, un Amor que quizá en los primeros años no tenías… pues antes se trataba de caminar en el claroscuro de la fe, confiando en que Dios cumpliría su promesa, o simplemente buscando la alegría de haberle ofrecido a Dios el sacrificio de “no casarme ni tener hijos” con tal de ayudarle a salvar a muchas personas. Él fue paciente conmigo cuando estaba entregada pero en realidad no lo estaba… porque no le había descubierto Esposo.
¿Es posible vivir una sexualidad integrada siendo célibe por el Reino de los Cielos?
Sí es posible. Y lo primero por hacer es aclarar el término de sexualidad, pues no puede reducirse a una mera genitalidad. Al hablar de la sexualidad como una forma de ser persona (varón o mujer), entendemos que el Señor nos llama a cada vocación para ser felices, para plenificar los anhelos de nuestro corazón. Si bien la manera de hacerlo como célibe será distinta a la que hemos aprendido de la sociedad, cuando vamos a fondo, descubrimos dos anhelos profundos en la mujer (y también en el varón): 1) el anhelo de ser esposa, el de pertenecerle a alguien, saberse escuchada, protegida, acompañada, vivir en intimidad con Alguien… y eso lo realiza cualquier célibe que se dispone a ser esposa/esposo de Jesús. Se trata de quitar las telarañas de la palabra “esposa”/“esposo” para entender que se trata de una entrega hasta dar la vida por alguien… y en esta vocación, Jesús da la vida por mí y yo la doy por Él. Y nuestro otro gran anhelo es 2) el de dar vida. Y se da vida de mil maneras, se es madre de mil maneras: sonriendo, escuchando, aportando, ayudando, animando, estando presente. ¡Cuántas maneras de dar vida podemos tener como mujeres! Y en este sentido, la mujer consagrada puede saberse plenamente mujer: esposa de Jesús y madre de cientos de personas, engendrando para el Cielo.
¿Cómo dirías que Dios te ha descubierto el llamado a dar vida en tu cuerpo?
Mi propio cuerpo me habla de mi llamado a dar vida en la propia menstruación -el signo más visible y claro-, en esa sangre que es un recordatorio mensual de que cada mujer está llamada a dar vida de diferentes maneras, no solamente biológica. Recuerdo claramente que en tercero de secundaria mi maestra de biología, aún sin tener nada que ver con la fe, nos explicó: “cada vez que vean sus períodos, aunque cueste, aunque vengan cólicos -que incluso son dolores que preparan para el parto-, esa sangre grita que somos capaces de dar vida.”
¿Cómo has descubierto la fecundidad espiritual en la vida consagrada?
El llamado más grande fue a entender que soy llamada a ser verdadera madre: madre espiritual. Y ahí he insertado a cientos de hijos, esas personas que Dios me ha dado para poder engendrarlos para el Cielo, en cualquier matiz que tome esto: orando por ellos sin siquiera conocerlos físicamente, acompañándolos en algún retiro presencial o en cursos virtuales… el Señor me ha permitido brindarles la protección, ternura y cariño maternales a través de mi persona. Por otro lado, el Señor despierta en mí esa maternidad en mi propia comunidad: ser madre de mis compañeras y aprender este trato maternal una con la otra, gozando así de un pedacito de Cielo, de una verdadera caridad fraterna. Y esto es algo realista también, porque ser madre implica sacrificios, implica entregarte, cambiar tus planes, adelantarte a las necesidades del otro, etcétera. Es un aprender a dar vida desde la plenitud de mi feminidad, que se encuentra justamente en aprender a ser madre en todo tipo de situaciones: ¿cómo reaccionaría el corazón de una madre?, ¿qué haría una madre por esta persona?, ¿cómo ora una madre?... creo que es algo que toda mujer también está llamada a preguntarse para vivir en plenitud su feminidad: aprender a ser madres del mundo, humanizar a la humanidad… traer la ternura de Dios al mundo.
¿Qué es lo que más te sobrepasa de la vocación específica a la que Él te ha llamado?
A veces me he sentido sobrecogida viendo que son tantas personas las que necesitan su amor para sanar y vivir en plenitud, y luego verme a mí viendo mi pequeñez, mi miseria, mis reveses, mis inconsistencias, mis miedos… y a pesar de todo eso, de ser una “tubería oxidada”, es una tubería por la que siempre ha pasado el agua cristalina que sacia la sed de tantos. Y yo me quedo boquiabierta de lo increíble que es el yo entregarme para que Él haga milagros a partir de mis pobres cinco panes y dos peces. Nunca dejo de sobrecogerme al contemplar la acción de Dios que sobrepasa mis pobres esfuerzos… y los frutos son abundantes, la pesca es milagrosa cuando yo tengo fe en Él y solo me dispongo a lanzar las redes.