
José, guardián del Misterio
Meditaciones adaptadas de Redeemer in The Womb, de John Saward
ADVIENTO
12/9/20242 min read
El primer lugar en el que encontramos a Jesús en los Evangelios, es en el vientre de María. No solo es quien habita su vientre, sino que es también su fruto. Como la Teología del Cuerpo nos enseña, lo corporal es sacramento de lo espiritual, por lo cual descubrimos que si María acoge a Jesús en su cuerpo, es porque primero le ha acogido en su alma. Este es un consentimiento que se acompaña del gozo de su espíritu y de la contemplación de su corazón. Durante nueve meses, la alabanza más pura y la oración más humilde son la devoción de una Madre al Hijo que lleva dentro suyo. Y este maravilloso final de lo viejo, es también el inicio de lo Nuevo.
Al contemplar la visitación de María a su prima Isabel, el asombro en las palabras de esta última al recibir a Jesús en el vientre de su Madre, es similar a la admiración del Rey David cuando recibe el arca de la alianza:
“¿Quién soy yo para que la Madre de mi Señor venga a verme?” Lucas 1, 43
“¿Cómo voy a llevar a mi casa el Arca de Yahvé?” 2 Sam 6,9
El Bebé en el vientre es Dios, y la Madre embarazada es el Arca definitiva. En el Niño en el vientre de María, se cumple cada promesa hecha a Abraham; la espera del pueblo de Israel se ha convertido en la espera (el anhelo) de una Madre embarazada.
La reacción de José es una de reverencia ante un tremendo misterio. Su decisión no es la de abandonar a María, sino la de retirarse él, gentil y caballerosamente, de la Virgen que lleva a un Niño concebido de Dios; José siente un temor reverente ante Dios que se teje en el seno de María. José quería alejarse de María por la misma razón que Pedro le pedía a Jesús que se alejara de él (“Señor, apártate de mí, pues soy un pecador” Lc 5, 8), y por la misma razón que el Centurión lo quería alejar de su casa (“Señor, ¿quién soy yo para que entres en mi casa? Mt 8, 8). José vio con temor, estremecido, que María mostraba signos certeros de la presencia divina, y como él no podía comprender ese misterio, quería alejarse de ella. ¿Te sorprende que José se juzgara a sí mismo indigno de estar cerca de María? ¿No hemos escuchado también a Isabel, que no podía estar en su presencia sin profundo asombro y temor? (“¿Quién soy yo para que la Madre de mi Señor venga a verme”? Lc 1, 43). José quería apartar de sí a María no porque sospechara de adulterio, sino por respeto y asombro por su santidad. José ve a María como el sacratísimo santuario del Dios Todopoderoso; como Moisés, sabe que está acercándose a tierra santa. Con los ojos de Isaías, ve a Dios habitando el templo del vientre de María y clama: “Ay de mí! Estoy perdido” (Is 6, 5). José muestra ser el más puro de la descendencia de David: un hombre justo que honra el Templo (María) y alaba al Dios que habita en él (Jesús). Este hombre humilde que no se atreve a acercarse al santuario, se convierte en su guardián.