
Meditaciones de San Juan Pablo II sobre la Navidad
ADVIENTO
12/27/20248 min read
1978
Nos encontramos en el tiempo litúrgico de Navidad. Deseo, por tanto, que las palabras que os dirija hoy respondan al gozo de esta fiesta y de esta octava. Deseo también que respondan a la sencillez y profundidad que la Navidad irradia en todos. Me aflora a la memoria espontáneamente el recuerdo de mis sentimientos y vivencias comenzando desde los años de mi infancia en la casa paterna, y siguiendo por los años difíciles de la juventud, durante el período de la segunda guerra, la guerra mundial. ¡Que no se repita jamás en la historia de Europa y del mundo! Y sin embargo, hasta en los peores años Navidad ha traído consigo siempre algún rayo de luz. Y este rayo penetraba incluso en las experiencias más duras de desprecio del hombre, de aplastamiento de su dignidad, y de crueldad. Para darse cuenta de ello basta tomar en las manos las memorias de los hombres que han pasado por cárceles o campos de concentración, por frentes de guerra o interrogatorios y procesos.
Este rayo de la noche de Navidad, rayo del nacimiento de Dios, no es sólo el recuerdo de las luces del árbol junto al pesebre en casa, en la familia o en la iglesia parroquial, sino algo más. Es la chispa de luz más profunda de la humanidad a quien Dios ha visitado, esta humanidad acogida de nuevo y asumida por Dios mismo; asumida en el Hijo de María en la unidad de la Persona divina: el Hijo Verbo. La naturaleza humana asumida místicamente por el Hijo de Dios en cada uno de nosotros, que hemos sido adoptados en la nueva unión con el Padre. La irradiación de este misterio se expande lejos, muy lejos; alcanza también aquellas partes o esferas de la existencia de los hombres en las que todo pensamiento acerca de Dios ha sido como ofuscado, y parece estar ausente como si se hubiera quemado y apagado del todo. Y he aquí que con la noche de Navidad apunta un resplandor: ¿Acaso... a pesar de todo? Bienaventurado este “acaso... a pesar de todo”: es un indicio de fe y esperanza.
2. En la fiesta de Navidad leemos que los pastores de Belén fueron convocados los primeros al pesebre a ver al recién nacido: “Fueron con presteza y encontraron a María, a José y al Niño acostado en un pesebre” (Lc 2, 16).
Detengámonos en ese “encontraron”. Esta palabra indica búsqueda. En efecto, los pastores de Belén, cuando se pusieron a descansar con su rebaño, no sabían que había llegado el tiempo en que iba a acontecer lo que habían anunciado desde hacía siglos los Profetas del pueblo al que ellos mismos pertenecían; y que iba a tener cumplimiento precisamente aquella noche; y que se realizaría en las proximidades del lugar donde se hallaban. Incluso después de despertarse del sueño en que estaban sumidos, no sabían ni qué había ocurrido ni dónde había ocurrido. Su llegada a la gruta de la Natividad era el resultado de una búsqueda. Pero al mismo tiempo habían sido llevados y conducidos —según leemos— por la voz y la luz. Y si nos remontamos más en el pasado, los vemos guiados por la tradición de su pueblo, por su espera. Sabemos que Israel habla recibido la promesa del Mesías.
Y he aquí que el Evangelio habla de los sencillos, los modestos, los pobres de Israel: de los pastores que fueron los primeros en encontrarle. Además, habla con toda sencillez, como si se tratara de un acontecimiento “exterior”; han buscado dónde podría estar y finalmente lo han encontrado. A la vez, este “encontraron” de Lucas, indica una dimensión interior, lo que se verificó en los hombres la noche de Navidad, en aquellos sencillos pastores de Belén: “Encontraron a María, a José y al Niño acostado en un pesebre”, y después “...se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, según se les había dicho” (Lc 2, 16. 20).
3. “Encontraron” indica “búsqueda”.
El hombre es un ser que busca. Toda su historia lo confirma. También la vida de cada uno de nosotros lo atestigua. Muchos son los campos en que el hombre busca e investiga y luego encuentra, y a veces, después de haber encontrado, comienza de nuevo a buscar. Entre todos estos campos en que el hombre se revela como un ser que busca, hay uno, el más profundo. Es el que entra más íntimamente en la humanidad misma del ser humano. Y es el más vinculado al sentido de toda la vida humana.
El hombre es el ser que busca a Dios.
Varios son los senderos de esta búsqueda. Múltiples son las historias del alma humana precisamente en esos caminos. A veces las vías parecen muy sencillas y próximas. Otras veces son difíciles, complicadas, alejadas. Unas veces el hombre llega fácilmente a su “¡eureka!”, ¡he encontrado! Otras veces lucha con dificultades como si no pudiera penetrar en sí mismo ni en el mundo y, sobre todo, como si no pudiese comprender el mal que hay en el mundo. Es sabido que incluso en el contexto de la Navidad este mal ha hecho ver su rostro amenazador.
No son pocos los hombres que han descrito su búsqueda de Dios por los caminos de la propia vida. Son aún más numerosos los que callan considerando como su misterio más profundo y más íntimo todo lo que han vivido en esos caminos: lo que han experimentado, cómo han buscado, cómo han perdido la orientación y cómo la han encontrado de nuevo.
El hombre es el ser que busca a Dios.
Y hasta después de haberlo encontrado, sigue buscándolo. Y si lo busca sinceramente, lo ha encontrado ya; como dice Jesús al hombre en un célebre paso de Pascal: “Consuélate, no me buscarías si no me hubieras encontrado” (B. Pascal, Pensées, 553: Le mystère de Jésus).
Esta es la verdad sobre el hombre.
No se la puede falsificar. Tampoco se la puede destruir. Se la debe dejar al hombre, porque lo define.
¿Qué decir del ateísmo frente a esta verdad? Es necesario decir muchas cosas, más de las que se pueden encerrar en el marco de este breve discurso mío. Pero es preciso decir al menos una cosa: es indispensable aplicar un criterio, el criterio de la libertad del espíritu humano. No va de acuerdo con este criterio —criterio fundamental— el ateísmo, ya sea cuando niega a priori que el hombre es el ser que busca a Dios, o también cuando mutila de diversas maneras esa búsqueda en la vida social, pública y cultural. Tal comportamiento es contrario a los derechos fundamentales del hombre.
4. Pero no quiero detenerme en esto. Si hago alusión a ello es para mostrar toda la belleza y la dignidad de la búsqueda de Dios.
Este pensamiento me lo ha sugerido la fiesta de Navidad.
¿Cómo ha nacido Cristo? ¿Cómo ha venido al mundo? ¿Por qué ha venido al mundo?
Ha venido al mundo para que lo puedan encontrar los hombres; los que lo buscan. Al igual que lo encontraron los pastores en la gruta de Belén.
Diré más todavía. Jesús ha venido al mundo para revelar toda la dignidad y nobleza de la búsqueda de Dios, que es la necesidad más profunda del alma humana, y para salir al encuentro de esta búsqueda.
1981
2. Pero detrás de este aspecto sugestivo, he aquí inmediatamente la manifestación de otros que alteran su limpidez e insidien su autenticidad. Se trata de los aspectos puramente exteriores y consumísticos de la fiesta, que hacen correr el riesgo de vaciar a la solemnidad de su significado auténtico, cuando se toman no como expresión de la alegría interior que la caracteriza, sino como elementos principales de ella, o casi como su única razón de ser.
La Navidad pierde entonces su autenticidad, su sentido religioso, y se convierte en ocasión de disipación y derroche, cayendo en exterioridades inconvenientes y descomedidas, que suenan a ofensa para aquellos a quienes la pobreza condena a contentarse con las migajas.
3. Es necesario recuperar la verdad de la Navidad en la autenticidad del dato histórico y en la plenitud del significado que trae consigo.
El dato histórico es que en un determinado momento de la historia y en una cierta región de la tierra, de una humilde mujer de la estirpe de David nació el Mesías, anunciado por los Profetas: Jesucristo Señor.
El significado es que, con la venida de Cristo, toda la historia humana ha encontrado su salida, su explicación, su dignidad. Dios nos ha salido al encuentro en Cristo, para que pudiéramos tener acceso a Él. Mirándolo bien, la historia humana es un anhelo ininterrumpido hacia la alegría, la belleza, la justicia, la paz. Se trata de realidades que sólo en Dios pueden encontrar su plenitud. Pues bien, la Navidad nos trae el anuncio de que Dios ha decidido superar las distancias, salvar los abismos inefables de su trascendencia, acercarse a nosotros, hasta hacer suya nuestra vida, hasta hacerse nuestro hermano.
Así, pues: ¿buscas a Dios? Encuéntralo en tu hermano, porque Cristo se ha como identificado ya en cada uno de los hombres. ¿Quieres amar a Cristo? Ámalo en tu hermano, porque todo lo que haces a uno cualquiera de tus semejantes, Cristo lo considera hecho a Él. Si te esfuerzas, pues, en abrirte con amor a tu prójimo, si tratas de establecer relaciones de paz con él, si quieres poner en común tus recursos con el prójimo, para que tu alegría, al comunicarse, se haga más verdadera, tendrás a tu lado a Cristo y con Él podrás alcanzar la meta que sueña tu corazón: un mundo más justo y, por lo tanto, más humano.
Que la Navidad nos encuentre a cada uno comprometidos a descubrir de nuevo su mensaje, que parte del pesebre de Belén. Hace falta un poco de valentía, pero vale la pena, porque sólo si sabemos abrirnos así a la venida de Cristo, podremos experimentar la paz anunciada por los ángeles en la noche santa. Que la Navidad constituya para todos vosotros un encuentro con Cristo, que se ha hecho hombre para dar a cada hombre la capacidad de hacer se hijo de Dios.
1987
María reconoció su propia pequeñez ante Dios, a quien se había entregado totalmente, poniendo sólo en Él su confianza porque lo amaba sobre todas las cosas.
Fue precisamente éste el motivo por el que a Ella, la "llena de gracia", se le concedió la riqueza más preciosa, el Hijo de Dios, y en Ella se realizó en modo altísimo la bienaventuranza que Jesús mismo proclamara: "Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos". (Mt 5, 3).
1988
Precisamente por eso la Navidad se llama también la “Fiesta de la Luz”, porque Jesús es la Verdad que nace en Belén para ser la “ Luz” del mundo. la luz de Belén ilumina también el paso al Año Nuevo.
1998
la Navidad continúa suscitando himnos de alegría,
que expresan la ternura de Dios
sembrada en el corazón de los hombres.
Este es el acontecimiento histórico cargado de misterio: nace un tierno niño, plenamente humano, pero que es al mismo tiempo el Hijo unigénito del Padre. Es el Hijo no creado, sino engendrado eternamente.
En Belén nació Aquél que, bajo el signo del pan partido, dejaría el memorial de la Pascua. Por esto, la adoración del Niño Jesús, en esta Noche Santa, se convierte en adoración eucarística.