¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo?

PASCUA

4/20/20253 min read

Podemos caer en la tentación de acostumbrarnos a esta locura, a esto que es completamente sobrenatural, que nos sobrepasa. Hace dos mil años, las personas que compartieron la vida con Jesús creían imposible que alguien resucitara, y ahora pareciera que lo decimos sin asombro, sin hacernos partícipes de ese misterio… sin darnos cuenta de que al ser uno con Jesús en la muerte, somos uno con Él también en la Resurrección. ¡Su Resurrección es nuestra también.

Y a la luz de la Teología del Cuerpo, ¿qué implicaciones tiene la Resurrección de Jesús para nosotros? ¿Qué significa, realmente, que ha vencido a la muerte?

La Teología del Cuerpo en su primer tríptico nos lleva por un recorrido a lo largo de nuestro origen, nuestra historia y nuestro destino. Cuando miramos nuestro origen, esa manera perfecta en la que fuimos creados, en la que antes del pecado vivíamos a imagen de Dios plena, capacitados para entrar en comunión perfecta con Él y con el otro, algo en nuestro corazón pareciera doler. De hecho duele, y es porque extrañamos esa plenitud en la cual amábamos sin experimentar la tendencia al mal en nuestro corazón y en nuestro cuerpo. Este dolor se relaciona con un momento concreto en la historia del hombre: la caída. Hemos elegido vivir sin Dios, y experimentamos el dolor que viene de esa decisión. Experimentamos que fuera de Él no hay felicidad, no hay plenitud, no hay sentido para nuestro existir. En la Resurrección encontramos primeramente eso que la liturgia, en el Pregón Pascual, nos hace exclamar gozosos: “¡feliz culpa que mereció tal Redentor!” Y con esto nos referimos a que Jesús no solamente nos “devuelve” lo que habíamos perdido en la caída, sino que lo mejora. Es precisamente de la herida que Jesús derrama Vida nueva, Vida eterna. Es precisamente la herida, la culpa, la que nos ha traído a Dios Encarnado por amor.


No podemos quedarnos solo en la teoría del pecado original de Adán y Eva; esto tiene implicaciones claras en nuestra historia personal. El sepulcro vacío de Jesús le grita a nuestros sepulcros más íntimos -esas heridas que parecieran nunca sanar, el dolor que pareciera nunca irse, esos resentimientos que guardamos, esa enfermedad, esos pecados recurrentes de los cuales pareciera no haber salida- que la muerte no puede contra el Amor. En Jesús, Redentor nuestro, podemos exclamar que “el Amor es más fuerte que la muerte”, eso que la esposa del Cantar de los Cantares exclama solo como un anhelo insatisfecho. La Resurrección de Jesús nos grita fuerte y claro que Él viene a darnos vida en abundancia, a llenar de vida todo lo aparentemente muerto en nosotros. Viene a darnos plenitud, a enseñarnos a vivir con el corazón ardiendo… a dejar de vivir a medias. Podemos apropiarnos de las palabras del Evangelio y aplicarlas a nuestra propia vida: ¿por qué buscamos entre los muertos a quienes ahora, en Jesús, están vivos?

Y finalmente, el sepulcro vacío ilumina nuestro destino, pues ¡la vida del Esposo es también la de la esposa! No tendría sentido para nosotros si la Resurrección hablara únicamente a nuestro origen y a nuestra historia, pero no esperáramos esa vida eterna para nosotros también. La Resurrección de Jesús es anticipo de la nuestra, y por ende, es también modelo. ¿A qué nos referimos con esto? A que resucitaremos como Él lo ha hecho: no solo espiritual, sino también corporalmente. Muchas veces creemos que la vida eterna será solo en espíritu (y tal vez por eso a veces nos resulta aburrido imaginar el Cielo), pero de lo poco que podemos vislumbrar en esta tierra de la herencia que Jesús nos ha ganado y que nos aguarda en el Cielo, la Iglesia afirma con certeza que será una resurrección encarnada… y la razón es evidente: la persona humana es, desde el origen, unión indivisible de cuerpo y espíritu. La muerte es precisamente la separación de ambos. Esta es nuestra esperanza: la vida eterna con el Esposo, en cuerpo y espíritu, ganada para nosotros a través de este Dios que se ha hecho Hombre deseando intimidad con nosotros.