Su primer paso a nuestro mundo

Meditaciones adaptadas de Redeemer in The Womb, de John Saward

ADVIENTO

12/24/20242 min read

La alabanza filial de Jesús al Padre comienza en el primer momento de la Encarnación y tiene su primer santuario en el vientre de María. Ese vientre puro que contiene al Verbo divino, es el templo santo donde Jesús reposa… y el corazón de María es el primer altar en el que Jesús ofreció su Corazón, su Cuerpo, su Espíritu, como víctima de alabanza perpetua.

Al vivir una vida completamente humana desde su concepción hasta su último respiro, Él toca y santifica cada etapa del recorrido del hombre por el mundo. Tenemos a un Dios niño, mortal, sufriente, temblando y llorando en una cuna; a un Dios viviendo caminando sobre la tierra. Dios desea que toda la miseria y bajeza de nuestra naturaleza humana sea elevada, aliviada, redimida, al hacerse Él mismo humano. La Encarnación es la base y fundamento no solo de nuestra santificación, sino también de nuestra divinización.

El primer modo en el que el Hijo eligió honrar en la tierra a su Padre Celestial es la infancia; la humillación, la sumisión, la impotencia de un bebé no nacido. De haberlo querido, pudo haber creado para sí una naturaleza humana ya adulta, pero eso habría privado a su Madre y a nosotros de sus nueve meses en el vientre. Su amor por ella y por nosotros lo llevó a ser un niño tanto dentro como fuera de ella. Quiso no solo ser un hombre, sino ser como todo hombre en todo, excepto en el pecado, con el propósito de un precioso intercambio: Él se vuelve como nosotros en nuestra debilidad, para que nosotros seamos como Él en su gloria.

El carácter virginal y milagroso de su concepción, y su perfección como niño humano en el vientre, tienen como propósito reparar las ruinas de nuestra lamentable entrada al mundo como pecadores. En nuestra concepción, nosotros contraemos la culpa del pecado original. Esta puerta de entrada a la vida humana necesita ser reconstruida. Al hacer suya esta primera etapa de nuestra vida, Jesús la santifica.

El ejemplo perfecto de un auténtico Cristocentrismo es María. Sobre todo, María embarazada. Jesús está en el centro de su cuerpo y de su amor. Ella, llena de gracia, se centra totalmente en el Hijo de Dios que yace en su vientre. Todos sus sentidos se dirigen hacia Él, pues este es un misterio sensible dentro suyo. Estos dos corazones de Jesús y de María, tan cercanos y unidos naturalmente, viven aún más íntimamente por la gracia. Viven el uno en el otro. Después, toda la humanidad tendrá parte en el misterio, pero por ahora, por nueve meses, solo el Padre y María comparten intimidad con Jesús. Pero esta adoración interna de María, así como su consentimiento en la Anunciación, se ofrece en nombre de toda la humanidad. En beneficio del mundo entero, María en intimidad alaba y adora a Jesús en su vientre.

La Eucaristía es una extensión de la Encarnación. El Hijo de Dios desea estar con nosotros y dentro de nosotros en la misma carne en que fue concebido y nacido de la Virgen María.