¿Te estás perdiendo los verdaderos beneficios de los ayunos y sacrificios de Cuaresma?

Por Dr. Christopher West

CUARESMA

12/27/20243 min read

La Cuaresma ha llegado, y los católicos estamos adoptando diversas formas de ayuno y abstinencia en preparación para Semana Santa. Pero, ¿por qué ayunamos? ¿de qué manera el hecho de decir no a la comida o a placeres corporales aumenta nuestro amor a Dios?

El ayuno cristiano no se basa en el rechazo hacia el mundo físico, el cuerpo o los placeres de la comida, sino todo contrario. Solo aquellos que saben ayunar correctamente saben festejar. Ayunamos, en primer lugar, para “prepararnos a las fiestas litúrgicas” (CCC 2043).

Ayunar nos permite sentir hambre, y sentir hambre física puede llevarnos a sentir hambre espiritual, hambre de Dios. Pensemos en la mujer junto al pozo: llegó allí sedienta y se fue con la promesa de “agua viva”.

Si sentir hambre puede despertar nuestros sentidos espirituales, no sentirla puede atenuarlos. Además, si siempre satisfacemos nuestra hambre, podemos volvernos esclavos de los placeres mundanos. El ayuno y la abstinencia “nos ayudan a adquirir libertad del corazón y dominio sobre nuestros instintos” (CCC 2043). Y este tipo de libertad es especialmente importante para personas como yo, que les encanta comer.

¡Oh, y cuánto amo comer! De hecho, al final de una comida, siento una profunda tristeza. A veces me encuentro recogiendo hasta las migajas más pequeñas de mi plato, tratando de prolongarlo hasta que el último bocado desaparece. Pero solo estoy retrasando lo inevitable. Esta comida se va a terminar. Va a terminar. Un bocado más y se acabó. Fin. Terminado. Algo dentro de mí grita: ¡No! Quiero que esto dure para siempre…

Y ahí está mi anhelo por lo infinito… mi anhelo de Dios. La tristeza que siento al final de una comida me deja con tres opciones: puedo volver por más comida de la que necesito (gula); puedo rechazar el placer de la comida como algo malo (estoicismo, puritanismo, maniqueísmo); o puedo permitir que este “vacío” que siento me abra a la esperanza viva del banquete eterno. El ayuno, bien practicado, es una puerta abierta a esta esperanza.

Dios desea alimentarnos con “manjares suculentos y vinos puros y selectos” (Is 25,6), con el “pan bajado del cielo” (Jn 6,41). La Escritura describe el cielo mismo como un banquete, un banquete de bodas (Ap 19,9). Y no olvidemos el primer milagro de Cristo: al final de la fiesta, cuando los invitados ya habían terminado el vino, Cristo provee 150 galones del mejor vino imaginable. Como lo indica la gloria de Pentecostés, todos estamos llamados a embriagarnos con este vino nuevo (Hch 2,13).

Esta “santa embriaguez” es uno de los temas favoritos de los místicos. En el Cantar de los Cantares, el Rey invita a su esposa a la “bodega de vino” (1,4). Teresa de Ávila comenta sobre esto: “¡El Rey parece no negarle nada a la Esposa! Pues bien, que beba cuanto desee y que se embriague con todos estos vinos en la bodega de Dios. Que disfrute de estos gozos, que se maraville de estas grandezas y que no tema perder la vida bebiendo mucho más de lo que su débil naturaleza le permite. Que muera, al fin, en este paraíso de delicias; muerte bendita, que hace vivir de este modo.”

Guau! ¡Si el auténtico ayuno cristiano me prepara para este tipo de banquete, ¡adelante! Pero ¿cuál es la diferencia entre esta "santa embriaguez" y el descontrol en, por ejemplo, una fiesta universitaria? La diferencia es esta: nos convertimos en glotones y borrachos cuando buscamos la satisfacción de nuestro deseo de infinito en el vino de la tierra, pero nos volvemos santos cuando buscamos saciar nuestro deseo de infinito en el vino del cielo.

¿Debemos, entonces, rechazar el vino de la tierra? ¡No! Ese es el error esencial del puritanismo y del maniqueísmo: la idea de que el mundo físico y sus placeres son malos. No, no son malos. Cuando se aprovechan correctamente, son “pequeños sacramentos”, pequeños anticipos del cielo.

De hecho, ¿cómo nos comunica Dios el vino del cielo? Precisamente a través del vino de la tierra: “Bendito seas, Señor, Dios del universo, porque de tu bondad hemos recibido este vino, fruto de la vid y del trabajo del hombre, que será para nosotros bebida de salvación.” Pero, para poder entrar en los infinitos deleites de este banquete litúrgico, primero necesitamos aprender a ayunar.