Un Corzaon salvaje

MASCULINIDAD Y FEMENIDAD

6/11/20253 min read

Un corazón salvaje…

Hoy, en una época en la que la información está al alcance de todos, en la que las comodidades abundan y podemos conectarnos con el mundo entero, el ser humano moderno vive, con frecuencia, confundido y desconectado de sí mismo. Las grandes preguntas que han acompañado a la humanidad desde siempre siguen presentes: ¿quién soy?, ¿de dónde vengo?, ¿a dónde voy?, ¿para qué estoy aquí? Pero no es que las respuestas no existan, sino que muchas veces somos nosotros quienes no nos atrevemos a buscarlas. ¿Por qué? A menudo, por miedo. Miedo a lo desconocido, a aquello que no podemos controlar.

Es más sencillo quedarse en casa, evitar los riesgos, refugiarse en lo que ya se conoce. Y eso es precisamente lo que el mundo de hoy nos ofrece: comodidad sin esfuerzo, placer sin compromiso, conexión sin encuentro real. Pero el corazón humano, en el fondo, no se conforma con una vida domesticada y predecible. Anhela pasión, libertad y sentido. Anhela caminar por senderos inciertos, aunque difíciles, porque en ellos se despierta la aventura de descubrir quiénes somos realmente.

Nos han hecho creer que “ser bueno” es lo mismo que ser dócil, pasivo, correcto… y, en ese proceso, hemos perdido el contacto con la fuerza interior que brota del corazón auténtico. Hemos aceptado, casi sin darnos cuenta, que ser buenos es encajar en un molde: hombres domesticados, que no escuchan lo que sienten, que racionalizan todo, que reprimen su pasión. Pero vivir así es vivir a medias: una vida apagada, sin fuego, sin alegría. Por eso, necesitamos volver al corazón: despojarnos de las capas que lo cubren, limpiarlo por dentro, y redescubrirlo tal como Dios lo soñó. Las respuestas no están afuera. Están dentro. Solo hay que liberarlas.

¿Y quién mejor que el Creador del corazón para mostrarnos cómo vivir desde él? Cuando algo se rompe y está en garantía, nos piden llevarlo al fabricante. Si vamos con alguien más, la garantía se invalida. Pues así pasa con nuestro corazón: cuando más roto está, buscamos arreglarlo por todos lados, menos en quien lo hizo. Dios ha puesto en nuestro interior tres anhelos profundos —anhelos que no nos permiten conformarnos con sobrevivir— para que nuestra vida no sea solo rutina, sino pasión, plenitud y sentido. Vivir bien no es imposible: es cuestión de volver al origen.

En lo más profundo, todo hombre anhela tres cosas.
Una batalla que luchar: todo hombre necesita saberse fuerte, sentir que tiene algo que proteger. Quiere desempeñar el papel del héroe, luchar por lo que vale la pena. No le basta con tener una causa; quiere tener el coraje de enfrentarla.
Una aventura que vivir: no se trata sólo de diversión, sino del deseo de ser probado, de descubrir si tiene lo necesario. Una vida sin retos lo aburre; una vida sin sentido lo vacía. La aventura despierta su alma y pone a prueba su valor.
Y una belleza que rescatar: el hombre no fue hecho para luchar solo. Su corazón se enciende ante la presencia de una mujer que inspire su lucha. No quiere ser un héroe genérico, sino el héroe de alguien en particular.

Curiosamente, el corazón de la mujer también refleja esta misma estructura.
Ella también desea una aventura que compartir, algo más grande que ella misma. Anhela ser buscada, deseada, deleitada. Quiere ser la bella, no como adorno, sino como protagonista de la historia. Quiere ser fuerte, sí, pero también desea que luchen por ella. No para que la protejan del mundo, sino para ser amada con todo el corazón, dentro del mundo. Ella no quiere esconderse: quiere entregarse. No quiere ser salvada por debilidad, sino ser elegida por su valor.

Por último, Dios nos ha dado ojos para ver, oídos para oír… y un corazón para vivir. Ese corazón fue diseñado por Él, con intenciones profundas. No basta con seguir reglas o evitar errores. La vida plena sucede cuando descubrimos para qué fue creado nuestro corazón y vivimos desde ahí.