
Verdadero Dios, verdadero Hombre
EXTRAS
8/23/20242 min read
¿Alguna vez has visto -y vivido- a Dios como un anciano de cabello blanco, con barba larga, sentado observándote desde algún lugar en las nubes?, ¿alguna vez has pensado -tal vez sin querer- que Dios es alguien aburrido, que se dedica a llevar una lista de lo que hacemos
No te preocupes. No eres el único al que se le ha llegado a contar esa mentira.
A veces vemos el Amor de Dios como algo muy abstracto, o el Cielo como un lugar muy aburrido en el cual daría flojera estar una eternidad... pero hay una realidad hermosa: Dios ha deseado hacerse Hombre para redimirnos y ¡también para compartir con nosotros toda la belleza de ser humanos!
Este Dios al que se le ha ocurrido esta locura es Jesús, que desea reírse, ir al trabajo, manejar, estudiar, disfrutar de la comida, de la familia y de los amigos, y también consolar y acompañar en todo lo que duele... y lo desea de maneras muy concretas y muy específicas contigo; desea descubrirte su humanidad de una forma completamente única, que nadie ha conocido antes en la historia.
A esto se refieren cuando dicen que “todos tenemos un lugar en el Corazón de Dios”: el Corazón de Jesús no es uno en el que todos cabemos como una manada, perdiendo nuestra individualidad. Decir que tengo un lugar en su Corazón es saber que ese lugar que ocupo ahí, no lo ha conocido ni conocerá nadie fuera de nosotros dos... es saber que lo ha destinado solo para mí.
¡A Jesús le gusta relacionarse en lo personal, en lo íntimo!
¿Te has imaginado a Jesús bromeando específicamente contigo, sacándote las mejores carcajadas, dándote el mejor de los abrazos en el peor de los días? Este Amor Divino vivido de una forma tan humana es la gran belleza de que Dios se haga Carne: ¡Él busca cercanía con cada uno de nosotros no sólo en lo más espiritual, sino también en lo más hermoso y cotidiano de nuestra humanidad!
Jesús tiene una manera única de ser Hombre, específicamente contigo. Nadie más descubrirá ese rincón de su Corazón si tú no te atreves.
Esto es lo que hace a un santo, santo: no sus esfuerzos, no sus méritos, sino la valentía de recibir la humanidad de Jesús como Él desea dársela. ¡Es esta intimidad lo único que puede enamorarnos de Él hasta la locura!